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¿Como construir un hombre que no sea detestable?

· Gènero

Por Cyano.

Hay ciertos rasgos de la masculinidad que se pueden rescatar. Así como no existe una mujer tipo, sucede lo mismo con la masculinidad. Dependiendo de la cultura se exacerban algunos rasgos más que otros. No es lo mismo el hombre de clase trabajadora en un ambiente rural, que un pibe clase media acomodada de la capital. No es lo mismo criarse en una familia de nietos de españoles, que de nietos de italianos o alemanes. Y con esto no quiero decir que ciertas crianzas se alejen necesariamente del arquetipo de la masculinidad. Todo lo contrario, el arquetipo masculino particularmente en Argentina incluye características contrapuestas pero sin embargo confluyentes. Por ejemplo, si pensamos en que “un hombre debe proveer a su familia, debe hacerse cargo, ser una figura de poder, de disciplina, desempeñar un rol de estructura y trabajo duro” mucha gente estaría de acuerdo. Sin embargo, también vemos muchas veces como un rasgo común de las masculinidades en el entorno familiar el hecho de no realizar ningún tipo de trabajo doméstico. Y esto se replica en todos los ambientes sociales.

Desde hace siete meses estoy en terapia de reemplazo hormonal con testosterona. Esto genera cambios físicos en mi cuerpo, tanto en su funcionamiento interno como en el aspecto externo, entre otras cosas por la reducción del tejido mamario, el crecimiento del vello corporal, cambios en la fisionomía del rostro, fortalecimiento de la musculatura, cambios en la voz, etc. Todas estas características físicas me permiten en pocas palabras “parecer un varón” como se entiende usualmente a los chabones. A medida que avance el tiempo será casi imposible diferenciarme de cualquier otro chabón, al menos siempre y cuando lleve ropa puesta. Todas las personas moldeamos de una forma u otra nuestro cuerpo, independientemente de estar cómodes en el género que nos asignaron al nacer o el crear un cuerpo distinto a lo que se nos fue asignado. Nos teñimos el pelo, nos pintamos las uñas, nos dejamos o no nos dejamos la barba, nos maquillamos o no, usamos ropa ajustada o ropa holgada y un enorme etcétera. En mi caso particular, no me interesa verme como un tipo solamente porque desee esa imagen, sino por lo que esa imagen me posibilita. Desde que dejé de parecer una mujer muchas cosas han cambiado en mi vida cotidiana. Utilizo el proceso de hormonización como herramienta para acceder a conocimientos de campo que anteriormente me estaban vedados, al ser leído como un no-varón. Mientras más pasa el tiempo más tiendo a entender la división de género de forma binaria. No como hombres y mujeres, sino como hombres y no-hombres. Dentro de esta última categoría están las mujeres cis, mujeres trans, personas no binarias, varones trans, ciertas personas intersex, las maricas, las travestis, básicamente todo lo que no sea leído como un varón hecho y derecho. No necesariamente heterosexual. Es por esto que incluyo en el conjunto no-hombre a las maricas. Sin embargo, un hombre cis gay, que tiene una apariencia tradicional, que sus prácticas homologan las dinámicas heterosexuales en sus vínculos homosexuales, sigue perteneciendo al conjunto hombre. Hombre homosexual, pero hombre al fin. Esta categorización se centra principalmente en como las personas son leídas e identificadas por otros, sobre todo por el hombre tradicional. Una forma sencilla de notar la diferencia entre un hombre homosexual y un puto es que al primero jamás lo van a golpear por la calle simplemente por ir caminando. Solo si está besándose con otro hombre, haciendo visible su desviación de la norma, va a recibir violencia. En cambio, al trolo se lo caga a trompadas por trolo, por más que se esté tomando una birra tranquilo en la esquina. Es por esto que cada vez que mencione las palabras hombre, varón, chabón, tipo, me estoy refiriendo a este conjunto particular de identidades. Aclarado este punto, paso a ejemplificar algunas de las cosas que comenzaron a cambiar desde que la gente me ve como un varón sin dudarlo ni cuestionarlo. Esta es una enumeración parcial y a modo de ejemplo.

Primero y principal: no sufro más acoso callejero. Hace meses no me pasa. Es un alivio enorme. Puedo salir a las tres de la mañana a comprar cigarrillos y no tengo miedo. No necesito correr las últimas cuadras hasta mi casa. Segunda observación: los varones me incluyen en sus conversaciones como un par, y por tanto, esperan que mis respuestas sean acordes a las estructuras de pensamientos que ellos mantienen. El otro día, luego de terminar de ensayar, me quedé ranchando un rato con los pibes de otra banda en el living de la sala de ensayo. Era la tercera vez que iba y siempre me quedaba charlando con la gente. Todos y cada uno de ellos eran varones. Ese día decidí tirar el comentario “che, ¿qué onda? ¿no hay bandas de pibas que ensayen acá?”. Esta breve observación, formulada por un no-hombre, claramente es a modo de crítica. Un no-hombre señala la falta de una de las identidades pertenecientes al conjunto no-hombre. Porque no me quiero sentir el único. Ahora bien, como soy un no-hombre leído por otros hombres como un hombre, este comentario no fue interpretado desde ese lugar. Automáticamente pensaron que era una queja ante la ausencia de alguna pibita para poder levantarme en la sala. Muy de rockstar todo. Lo primero que me dijeron fue que casi que no, y que si vienen siempre es acompañando al novio. Como diciendo “no pibe, acá no vas a conseguirte una minita, buscá en otro lado”. Este es el ambiente donde me muevo yo, los varones músicos, particularmente los rockeros. Quizás otre no-hombre que se mueva en otro ambiente pueda ver cosas similares con las respectivas particularidades de cada ambiente. Pero el funcionamiento de la interacción entre pares masculinos es la misma. Hay un orden de mérito en los objetivos que un hombre puede tener, los deseos que puede tener, las cosas en las cuales piensa todos los días. Más allá de los matices, el conseguirse una minita está siempre en un nivel muy alto. Como también lo está muchas veces el progresar en su trabajo, el alzar la voz, dar su opinión ante todos los temas que pueda (incluso si no está completamente formado al respecto), brindar ayuda sobre todo en tareas que incluyan la fuerza o la carga de elementos pesados, solventar en lo económico. Todas estas cosas fueron construidas a lo largo de los años y en función de los requerimientos de cada ambiente y en estricta relación con los objetivos, deseos y ambiciones que les son permitidos a les no-hombres. Existen otras observaciones, siempre en relación a cómo me ven los hombres. Mis pares no-hombres me tratan como siempre. Pero por los varones me siento más escuchado, más respetado, dejé de sentir que me hablan solo porque me quieren coger. Empecé a sentir que me es más fácil hacer amigos varones, por mas de que siempre fui bastante varonera.

En rasgos generales en nuestra sociedad las personas que habitamos de alguna manera la masculinidad nos debemos bastantes conversaciones entre nosotros. En los últimos años, durante de la ola feminista en nuestra región expresada en los movimientos Ni Una Menos desde 2015 y las marchas masivas por el derecho al aborto a partir de 2016 y hasta la sanción de la ley en 2020, muches encontramos un espacio de militancia, partidario o apartidario, pero un lugar en el cual canalizar nuestra bronca ante el presente que no nos conforma. Esto también acompañado por la lucha del colectivo LGBTIQ+ ejemplificado en conquistas dentro del marco legislativo como la sanción del matrimonio igualitario en 2010 y de la Ley de Identidad de Género en 2012. Fue construyéndose un clima de época muy progresista, con pluralidad de discursos dentro de ese progresismo, pero con claros límites de lo políticamente correcto e incorrecto. Nadie iba a permitir que se reivindicara la dictadura en televisión abierta sin un aluvión de críticas, lo mismo si a una mujer la tocaban sin consentimiento (cosa completamente opuesta al clima de época que reinó en los noventas y principios de los 2000). Muchas mujeres y disidencias encontraron su espacio para comenzar a politizarse a raíz de ese clima de época de la década pasada. A lo largo de estos años, un gran porcentaje de los hombres, y sobre todo los hombres jóvenes, dejaron de encontrar espacios donde canalizar la rabia inherente a la injusticia y la desigualdad en la que vivimos. No vemos hordas de pibes uniéndose ni a La Cámpora, ni al Trotskismo, ni al Partido Obrero. Hoy o están despolitizados, no creen en nadie, o están con Milei. Y con la pandemia esto se profundizó. La unidad básica de los libertarios son las redes sociales, ese es el territorio de disputa, de debate, de difusión, de creación y enaltecimiento de figuras. Dentro del orden político hay muchísimos factores en juego que se profundizaron con la pandemia, como el home office, el pluriempleo, el trabajo en aplicaciones como Rappi, Uber, Pedidos Ya, entre otras. Es comprensible que los jóvenes (hombres y no-hombres) no se sientan cautivades por movimientos que dirigen su discurso a la lucha junto a los trabajadores, contemplando a estos como trabajadores en relación de dependencia o autónomos con vistas a entrar en una empresa en el futuro cercano. Pero a diferencia de las mujeres y disidencias, los hombres no tuvieron un espacio de formación política como lo fue para muches de nosotres la lucha feminista y de los movimientos cuir. Por supuesto que existen varones involucrados desde la izquierda, desde el ambientalismo, pero desde el encierro de la pandemia se aceleraron procesos de asimilación cultural que ya venían gestándose en diversos lugares del mundo, como Estados Unidos, España, México, Brasil, entre otros.

Con esto no quiero decir que el avance de la derecha sea una consecuencia directa de que nos “hayamos pasado de progres”, como alegan algunos. Pero sí es cierto que tenemos pendiente todavía una problematización profunda de la masculinidad. Rescatando los rasgos positivos que esta cultura nos ha legado a las masculinidades. Y esto también nos involucra a les no- hombres, porque los arquetipos asociados a la masculinidad nos interpelan a todas las identidades, ya sea porque queremos acercarnos o alejarnos de esos arquetipos, darles una vuelta de tuerca, encontrar nuestra propia forma de comprenderlos, habitarlos y problematizarlos, o simplemente porque sufrimos las consecuencias de lo que estos arquetipos instituyen.