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Hay que ganar: una aproximación psicológica para derrotar el fascismo en Argentina.


Por Unai Rivas Campo.

Las ideas no se matan. Es una frase que en la Argentina se le atribuye a Sarmiento, pero que en realidad le pertenece al Conde de Volney. Más allá del autor, la frase dice la verdad: ninguna idea muere, o al menos no muere con facilidad. Cuando se pierde una guerra las ideas del derrotado no desaparecen junto con la derrota. Perder una guerra no nos quita la razón ni tampoco los deseos de pelear por aquello en lo que creemos. Los vascos no dejaron de buscar la independencia cuando sus ejércitos cayeron durante las guerras carlistas; en España la simpatía por la República no cedió ni un milímetro con la victoria de Franco durante la Guerra Civil Española; a pesar de haber perdido su pulso contra los EEUU, la Unión Soviética es recordada con orgullo y nostalgia por la mayor parte de los rusos; los argentinos no renunciaron a las Malvinas al perder contra Inglaterra, y, pesar de haber sufrido la pérdida de 30.000 desaparecidos en un genocidio planificado por una dictadura sangrienta, este pueblo no detuvo su lucha hasta meter en prisión a aquellos dictadores que impusieron su modelo económico, aplicando el más salvaje Terrorismo de Estado. Las ideas no se matan. Las ideas persisten clavadas en el cuerpo de cada derrotado y siempre buscarán la forma de volver. Sólo hubo una excepción en toda la historia del occidente moderno: el fascismo alemán.

En Alemania el fascismo desapareció de la noche a la mañana cuando los primeros soldados soviéticos entraron en Berlín. No me refiero al imperialismo alemán porque eso sigue existiendo y se llama Unión Europea. Me refiero al fascismo. El fascismo desapareció a tal punto que en Alemania un ruso o un judío podían pasear tranquilamente por Berlín, con total normalidad, a los pocos meses de haber terminado la segunda guerra mundial. No hubo resistencia después de la derrota. No hubo grupos de guerrilleros nazis escondidos en las montañas saboteando a los ocupantes aliados. No hubo pintadas en calles recordando la memoria de Hitler y los actuales grupos neonazis son más una expresión de marginalidad callejera, que un proyecto político consistente. El nazismo se fue. Se disolvió. El fascismo alemán se borró de la mente de la clase media alemana como los que durante el día se olvidan de un mal sueño. Aquellos tipos, mujeres, hombres adolescentes, ancianos, que un año atrás creían en la superioridad de su raza y su derecho divino para gobernar el mundo, sencillamente dejaron de pensar de esa manera. Parece magia. Pero no fue magia. Fue hipnosis. El fascismo en Alemania no fue una idea. El fascismo en Alemania fue un fenómeno de manipulación hipnótica de masas. El fascismo que vivimos hoy en la Argentina también lo es. Y quizás sea hora de entender cómo funciona y cómo lo podemos derrotar.

Nadie entendió mejor al fascismo que Deleuze. Para el filósofo francés el fascismo no podía ser analizado desde sus manifiestos o sus programas políticos y económicos. No. La clave del fascismo está en su forma de propagarse. El fascismo es una forma de comunicar. El fascismo es una forma de comunicación hipnótica de masas donde todos sus miembros replican, como agujeros negros resonando al unísono, un mismo mensaje. Un mensaje agresivo, con una idea de superioridad, donde un líder salvador muy enojado se presenta como alguien destinado a guiar a la manada hacia un paraíso, al que sólo se llegará a partir de la eliminación de un otro “inferior”. Esos son los elementos fundamentales de la comunicación fascista. Esos son los elementos de la comunicación que replica Javier Milei.

Para entender la hipnosis no hay mejor lugar que una buena iglesia evangélica pentecostal. Vayan ahí si quieren ver en todo su esplendor cómo los humanos podemos “hackear” el cerebro de otros humanos. Sólo hacen falta algunas personas desesperadas, dolientes, rotas, con ganas de creer en algo que las salvará del sufrimiento. A mayor es el grupo de fieles queriendo creer, más fácil será que los individuos se desmayen frente a la gloria del espíritu santo. Cómo no desmayarme si todos se están desmayando. Como no me voy a desmayar frente al poder del espíritu santo si yo quiero desmayarme frente al poder del espíritu santo en su lucha contra el maligno. Es entonces cuando el cerebro entra en trance y comienza a hacernos experimentar que realmente nos estamos desmayando. Es tan difícil asumir la vergüenza de ser el único que no se desmaya, asumir que fuiste al pedo; cómo decirle al Pastor delante de todo el mundo que la imposición de manos no funciona con vos. Asumir todo eso es algo demasiado doloroso para unos cuerpos cansados que, con todo derecho, ya no soportan más su realidad. Así se construye el trance. Quizás ya se dieron cuenta de las similitudes que hay entre la comunicación fascista y las iglesias evangélicas pentecostales. De nuevo tenemos un Pastor, moralmente superior, que vence con su poder a un maligno inferior que además podría estar en cualquier parte, todo dicho a los gritos, frente a una audiencia apaleada con ganas de creer.

Por supuesto que no todos los votantes de Milei están bajo los efectos de dicho trance. Pero sí podemos ver éstas características en su militancia más activa. Son los pibes y también la gente grande que mira todo el día videos donde supuestamente “Milei humilla” “Milei aplasta” “Milei gana”. Es adictivo.

Durante la Alemania nazi Joseph Goebbels regalaba radios a la población para que los alemanes escucharan los discursos de Hitler. Así las clases medias alemanas pasaban el día escuchando discursos de supuesta superioridad, mientras se arengaba a destruir a un enemigo que era el culpable de todo el sufrimiento de este mundo. Antes era una conspiración de comunistas y judíos. Hoy son la casta y los planeros. Antes era la radio, hoy es Tik Tok. Hitler presumía de superioridad racial, Milei en sus discursos les dice a los pibes que son “superiores estéticamente”. No , Milei no es nazi. Milei comunica igual que los nazis y produce en su grupo de adeptos los mismos efectos hipnóticos que producían los nazis.

Es ese pibe libertario que se siente “superior” porque Milei se lo ha dicho una y otra vez en sus discursos. Es ese pibe incapaz de razonar, que está todo el día revisando las redes y quemándole la cabeza a sus compañeros, familiares y amigos hablando de Milei como si no hubiera otra cosa en su vida. Ese pibe no lo sabe, pero está en un trance. Ese pibe no entró en un trance porque sí. Ese pibe se comió una pandemia y el consecuente encierro, en el que debió ser el momento más lindo de su juventud. Ese pibe se quedó afuera del feminismo. Tuvo cuatro años de Macri y luego cuatro años más de Alberto. No recuerda a Cristina. No vivía cuando estaba Néstor. Nada de eso le importa y es natural. Sólo quiere algo de esperanza, una sensación de victoria, ser el protagonista de algo por una vez en su vida. Milei le está dando todo eso. Yo también a esa edad, en ese momento, querría creerle a Milei hasta el desquicio. La hipnosis, el estado de trance repetitivo, creer en Milei aunque le mienta en la cara, es algo que para ese pibe resulta casi imposible de evitar. Las condiciones para la llegada del fascismo estaban frente a nuestros ojos y no lo supimos ver.

Pero estamos a tiempo. En las últimas cuatro semanas armé una cuenta de Tik Tok, a modo de experimento, que ha tenido un más que notable éxito en cuanto a números, superando el millón de visualizaciones en el primer mes. Muchos de los que hoy apoyan el contenido que comparto en dicha red social eran pibes que entraron insultando con toda la agresividad que se puedan imaginar. Descubrí que si a esos chicos los derrotas, si los aplastas, con argumentos, con la verdad, si les ganas en sus términos, si les quitas el poder, entonces se calman. Se humanizan y vuelven a ser lo que siempre debieron ser: pibes. Y ahí arrancan a razonar. Hay que ser duro. Hay que pegarles y pegarles con la verdad, no dejarles cambiar de tema cuando están acorralados y hacerles ver que han perdido al final de cada discusión. No sólo se trata de tener razón, se trata de ganar, pasarles el trapo y hacérselo saber. Entiendo que nada de eso suena muy acorde a los valores progresistas y empáticos con los que yo también me identifico. Pero no le vamos a ganar al fascismo si no cruzamos alguna clase de línea.

Sí, hay esperanza. Los procesos hipnóticos basados en una maniaca idea de superioridad se pueden revertir. El Nacional Socialismo como estado mental se diluyó gracias a la derrota de una Alemania que se creía invencible, imparable, hasta que llegaron los tanques rusos. Seamos entonces esos tanques rusos. Porque esos pibes, que se la pasan todo el día mirando tik toks donde Milei se presenta como un ganador, sólo están buscando un héroe en un país donde Néstor no está y Cristina casi no aparece. No había ningún héroe y ahí apareció Milei para tomar un lugar que dejamos vacío. Por eso necesitamos héroes. Convertimos en héroes. Cada uno de nosotros. Ser los tanques rusos que borrarán al fascismo del mapa. Las ideas no se matan porque los corazones tienen memoria. Allá afuera, en las calles, en internet, en el asado del tío Cacho, donde sea, tenemos que dar la batalla una y otra vez hasta ganarla. Hay que ganar. Tatuarnos el signo de victoria entre los ojos. Porque allá afuera hay una generación que pide a gritos por su derecho a la esperanza. No vamos a ganar si no construimos la esperanza. No vamos a construir la esperanza si no ganamos primero.