Por Lola Tabarovsky.
La música sonaba fuerte, pero no era de nuestro agrado. Cuando hablaba no apuntaba a los ojos, tenía la vista perdida como un desvío en una ruta rural. El frío de esa noche de invierno francesa nos obligó a cobijarnos en una especie de madrigera decorada con lentejuelas, en el reflejo de una piel blanquecina, aporcenalada. Una vez encastrados temí escuchar el crujido de sus huesos desnutridos, pero no tuve otra opción que rendirme a su tacto desinteresado. Una vez más estaba soñando con Timothée Chalamet. El furor que ahorcó por oleada a las chicas como yo. Un actor francés- norteamericano, pálido, flaco que interpreta casi siempre el mismo personaje, el nuevo it boy. Un varón de pocas palabras, aniñado, desaliñado.
Chalamet es mi preferido, pero es cierto que su nombre puede ser fácilmente reemplazado por otro y el impacto sería el mismo: Timothée chalamet, Declan Mckenna, Alex Mclawther, Alex Turner, el de Sex Educación o incluso en cierto punto Andrew Gardfield cuando no es un superhéroe. ¿Qué pasó con los varones de verdad?
El cambio fue claro, con la llegada de los discursos feministas, el ideal de varón fuerte y masculino quedó viejo. Lejos en la historia han quedado los hombres atléticos, brutos y bronceados. Es interesante pensar qué le ocurrió al ideal masculino, de donde surgen los nuevos varones ideales. Ya nadie quiere un hombre fuerte ¿Para qué querría un chico así? ¿Para que me pegue? Las chicas queríamos otra cosa. La busqueda de un varón sensible, alguien que no sea amenazante. Alguien que escuche, que tenga una veta artística o intelectual, que no reproduzca las acciones cotidianas de violencia. Incluso podría ser alguien que se pueda dominar, un mommy's boy, un sumiso, alguien que nos saque del rol de mujer oprimida. En la fisicalidad, es obvio. Varones flacos, muy flacos, peligrosamente flacos.
Esa corporeidad se remonta a los 90 con la llegada del heroin chic, en ese momento iba quizás más para mujeres que para varones pero la idea es la misma: figura extremadamente flaca, "a un cigarrillo de morirse", un look de enfermedad, sin músculos, sin curvas, sin carne. Quizás surge de la necesidad de un varón que sea literalmente más pequeño que una misma, que físicamente no se pueda violentar. La perfecta excusa para tapar un desorden alimenticio, que ya de por sí suelen estar enterrados en las penumbras para los varones. El skinny boy tiene un impacto claro, para los varones que siempre han sido susceptibles a su imagen, pasar de la adicción al gimnasio y la keratina a la anorexia fue un camino lógico.
La segunda parte, es que son blancos, pálidos, vampirescos. Aquí hay una cuestión racial, no es casualidad que cuando se busca la vulnerabilidad en el varón se piense en ser blanco, caracteristica que aparece como sinonimo de sensibilidad e intelectualismo. Que sea inequivocablemente europeo para comunicar un tacto más tierno. No es que los cuerpos racializados tuviesen mucho protagonismo antes, pero incluso a través de fenómenos como la apropiación cultural se pueden hacer las conexiones: lo blanco aparece como lo puro, lo fragil, mientras que lo negro es tosco, duro, fuerte. Quizás sea el propio resultado del fetichismo blanco hacia los cuerpos racializados, acompañados por una agenda pornografica de las últimas decadas. En tercer lugar, la ambigüedad sexual. Es un varón que al no estar jugando el rol de dominante, se presta a otras cuestiones. Ya sea a la fluidez en términos de sexualidad, varones bisexuales o sin etiquetas, o también en términos de prácticas sexuales, un varon que vea el sexo y a la mujer no como algo que es suyo y tiene que conquistar, si no como un espacio de vulnerabilidad. Lo importante es que pueda estar en contacto con una faceta suya mas femenina, que no tenga miedo a tener una expresión alternativa, que se pinte las uñas, que escuche músicas mujeres, que sea un poquito feminista. Que sea músico y te escriba canciones.
Pero aquí hay que hacer un inciso para establecer los límites entre la fantasía y la realidad, o en términos freudeanos, delimitar la fantasía del nuevo ideal masculino como un reino intermedio entre la vida según el principio de placer y la vida segun el principio de realidad. Un varón, pequeño, ingenuo, sensible, blanco, flaco, intelectual, aparece en la fantasía como un igual, incluso como una salida al encierro constante que es vincularse siendo mujer, aparece como la posibilidad de romper con las cadenas estereotipadas de violencia de género. Pero en la realidad, se manifiesta un varón intencionalmente incompetente. Como Thimotee, quien ha trabajado en las peliculas más importantes de los ultimos años poniendo exactamente la misma cara de consternado en todas.
La necesidad de maternar varones en los vinculos afectivos es el regalo que nunca deja de regalar. En primer lugar, la idea de que este varón moderno no va a ser misogino es una idea errónea, lo será y será peor. No va a pegarte, va a convertirte en su mamá. Al ser incomprendido una va a tener que ocuparse de leer sus pensamientos, de entender sus intenciones aunque sus acciones sean opuestas. Ni siquiera es cierto que va a generar un espacio sexual grato, el papel de sumiso aparece como una performance para que se llegue en última instancia a los objetivos sexuales que este desee sin tener que sentirse culpable por eso, y la mujer va a tener que seguir haciendo lo que siempre hizo: priorizar el placer del otro. Ahora la mujer puede ser dominatrix, pisarle la cara al otro, pero tener un orgasmo sigue fuera de los planes.
El varón moderno va a utilizar su fragilidad para justificar todas y cada una de sus acciones machistas. El varon moderno es el varón de siempre, que aprendió a levantarse a la juventud feminista. Timotheé Chalamet nunca me va a pegar ni me va a maltratar verbalmente, pero quizas desaparesca sin previo aviso durante un mes por estar deprimido, me oculte de sus amigos y me escriba una canción malisima. Timothée Chalamet me manipularia emocionalmente (y yo lo dejaría)
En definitiva este ideal masculino es problemático por donde se lo mire, afectando mujeres, varones y demás. El problema con la masculinidad es que no va a hacerse no-tóxica buscando maneras de reversionarse. La masculinidad en su esencia va a ser machista, racista y clasista, se pinte las uñas o no. El varón debería estar pensando cómo deconstruirse en términos de dejar de beneficiarse de la misoginia y de vivir una vida emocional sincera, no en seguir reproduciéndose desde un lugar que es encima más cómodo, el papel de sensible e incomprendido. Hay una línea que caminar aquí, por un lado, el despojo de los mandatos masculinistas es siempre, en definitiva, bueno, permitir la apertura de expresiones es beneficioso, pero esto tiene que ir siempre acompañado de un análisis, es decir, no puede haber solo un despoje de los aspectos de la masculinidad que afectan al varón sin que incluya a los aspectos que afectan a la mujer. Si no se toman en cuenta los segundos, no existe una verdadera “deconstrucción” sino una apropiación de las estéticas feministas para soportar una vaga intención de mantener la forma de vincularse sin cambios tangibles.
Los varones tienen que encontrar la manera de ser verdaderamente vulnerables. No están llegando a conclusiones emocionales que los hagan crecer como personas, en todo caso están permitiéndose la tristeza y generando episodios depresivos. O incluso peor, autodiagnosticandose trastornos de personalidad con tendencias psicopáticas, que quizás sólo tengan que ver con una represión emocional, y la negación de una verdadera apertura crítica y reflexiva. Incluso los desórdenes alimenticios quedaron enterrados para estos varones sensibles, lo cual es un problema grave en sí mismo. Siempre me apiade de ellos porque siento que las feministas somos su contraparte y caemos en los mismos errores de vez en cuando cuando tratamos de abrir las discusiones sobre salud mental. Sin embargo es un daño latente.
Hemos puesto a Timothée Chalamet en el ideal masculino bajo la premisa de que él sería el varón sensible, el varón construido. Quizás el particularmente lo sea (dudo, lo deseo, pero dudo) pero lo que ha dejado es una hilera de wanna-be-timothée-chalamet o peor wanna-be-tom-yorke que son el dolor en la existencia de las chicas feministas.
La salida del complejo de Edipo tiene que ver con la elección del objeto de amor, que en las mujeres se ha dicho misoginamente que implica el convertirse en madres, es decir, mientras el Edipo en el niño se termina abruptamente por complejo de castración, la niña es introducida al Edipo por el mismo, y sólo renuncia al falo bajo la tentativa de obtener una reparación, una equivalencia, de “darle al padre un hijo”, de ser madre. Quizas la cuestión edipica sea una de las mas necesitadas de revisión feminista dentro Psicoanalisis. De todas formas, la salida del Edipo a traves de maternar, aparece de manera simbolica y deformada en el rol de la mujer en los nuevos vinculos “no patriarcales”: quizas la mujer ya no materna literalmente, pero materna emocionalmente a varones adultos neuroticos y angustiados incluso más burdamente edipicos que en las lecturas reduccionistas y tradicionales del complejo de Edipo. Al final del día la madre como figura es el primer objeto de amor, y el inconsciente hace una eterna búsqueda para retornar a ella ¿verdad? Espero que la reciente juventud horrorizada por el psicoanalisis tenga la capacidad cognitiva suficiente de leer una ironía y no tener una respuesta de miedo frente a este estímulo incondicionado, no es necsario limpiarse las lágrimas con un DSM.
El varón sensible pudo sigilosamente asentarse en un vinculo como sujeto en necesidad permanente, de atención, de cuidado, de sexo y mas importante, de idealización, nada de esto tendria sentido si no hay un aplauso femenino y feminista.
En síntesis, call me, Timothée Chalamet.