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La vida como performance y la naturaleza como origen.

Una introducción crítica de la búsqueda platónico-socratica de la verdadera justicia.

· Filosofía

Por Matías Flores.

Cuando se señala que tal acción es una performance, por ejemplo el género, se retorna a cierto modo de platonismo. Se está en búsqueda de una naturaleza humana, de una última primera cosa más allá de lo performático. Sin comprender, quizás, a la conclusión que ha llegado cierto espectro de la filosofía: el devenir es la mostración primaria de toda naturaleza. La naturaleza de la naturaleza está en devenir, es en devenir, es devenir, es el devenir. La performance es sin dudas un tipo de devenir. Y por tanto la sociedad no es más que la mostracion de esa naturaleza. No hay algo así como un origen en donde la naturaleza se desenvuelva a partir de la nada. Y por tanto no hay algo distinto que el acto performático ¿Qué es la vida sino performance? ¿Qué es la vida sino quemarnos en la hoguera? ¿Qué es la naturaleza sino vida?

Si se busca verdadera justicia, el suicidio no es inconveniente. Memento mori; somos para la muerte. Adelantar nuestra posibilidad más propia no es otra cosa que hallar la verdadera naturaleza. Tal que cualquier acto distinto al suicidio es netamente performático y advenidero, el suicidio es la resolución de la naturaleza última y primera de todas las cosas. Aún así, el suicidio mismo tiene en sí el advenir sin ser él mismo advenir. El advenir da fundamento al suicidio, pero no es él mismo el suicidio. El suicidio es el instante en el que se proyecta el abismo de todos los éxtasis del tiempo: lo total. Con esto quiero decir que el suicidio no adviene en cuanto tal sino que en cuanto tal adviene. Así es que una vez dado, el suicidio ya fue advenidero. Por lo cual la muerte es la posibilidad más propia, y el suicidio es el adelantarse a esa posibilidad más propia en un instante. Ese instante es la conclusión de la naturaleza: la verdadera justicia.

Pero aunque sepamos qué hacer con la muerte, adelantarla ¿Sabemos ya qué hacer con la vida? ¿Queremos verdadera justicia?

Quizás el qué-hacer con la vida es tan simple como el qué-no-hacer con la muerte. Si a la última la adelantamos pues a la primera la atrasamos. Quizás la vida es el retraso de la muerte. Si el fondo sobre el cual se proyecta la vida es la muerte, entonces el qué-hacer con la vida es el qué-hacer con el proyecto yecto por el cual somos para la muerte. Quizás la vida es seguir con la performance, quizás la vida es atrasar la muerte, quizás la vida es seguir con el problema. ¿Qué-hacer de la vida? Adelantar la muerte, retrasar el suicidio.

Ese gesto poco alentador de condenar la performance, mantiene en sus raíces una búsqueda socrática. Se busca el en-sí de la vida. Y trae consigo entonces cierta falsa esperanza de una naturaleza última, de un último suspiro divino. Si se busca por detrás de la performance, es decir por detrás de la vida en general, lo que se busca no es otra cosa que ese fondo blanco: lo uno. Diría más bien que esto uno que tanto se busca por detrás de la performance es en realidad de cierto modo una forma performática. Y de aquí que detrás de la performance no hay nada: porque la consciencia solo conoce aquello que ella misma produce. Con esto no quiero decir que por detrás de la vida no haya nada sino que justamente hay algo: hay nada. Ese punto de no retorno que nos abisma, que de alguna manera nos fundamenta. Descartes ha querido buscar por ejemplo fuera de la performance y se ha topado con las bases racionales. Pero ahora hemos descubierto que incluso ellas son una performance. Buscar por fuera de lo social, por fuera de lo aparentemente real, por fuera del mundo sensible, por fuera del medio, por fuera del devenir, es buscar nada. Es así que nos topamos con el momento último de la razón, en donde ella es absolutamente nada. En este movimiento hacia fuera de la performance ella misma se encuentra con lo primero que ella misma no produce: la nada. Y por eso que la nada aparece como un indivisible, como una absoluta nada. Porque el que todo quiere, pues no quiere nada. Y el que todo razona, no razona nada. ¿Qué hay de la razón sino ese mismo querer retornar hacia la nada? ¿Qué es de lo racional sino un suicidio de lo aparente? Todo fenómeno, incluso el fenómeno de lo uno, es una performance. Así es que como describió Heidegger, esto "uno" no es más que lo que "se-dice" -Dasman, On Dit-. Por fuera de todo no puede haber algo, ni siquiera aquello que es uno. Simplemente hay nada. Pues más bien aquello que es más que Ser, no es ni es uno. Ese todo que nihiliza, pues se sabe que fuera de él no hay nada, es de alguna manera el Ser. Y esta ontología es sin dudas una performance. Un hecho de vida performática que convive en el interior de la razón humana. Pero esta no se ve provista de razón como en una relación sujeto-objeto. Sino más bien como una arrojamiento a este todo. Estamos arrojados junto a nuestra razón al todo que nihiliza, pues de alguna manera estamos en constante caída hacia ese abismo. No nos temporalizamos una vez caídos ni antes de caer, sino que lo hacemos cayendo. No caemos conociendo, conocemos cayendo. No caemos queriendo ni queremos caer. No flotamos en el abismo, no hay abismo. Porque todo aquello de lo que decimos que hay, no es más que música congelada. Y es así que entonces quien sabe esto sabe todo, pues nada sabe.