Volver al sitio

Existencias locas en dos obras de Santiago Korovsky

Arte y Salud Mental II

· Psicología,Arte y cultura

Por Bautista Viera.


“Estaria bueno empezar a sacarnos el rótulo de paciente de la frente, sacarnos la historia
clínica de la cabeza” Salir a escena (2012)

La admiración de una herida

¿Qué pasa cuando identificamos a otros a partir de que encarnan una diferencia patológica
respecto de la mayoría? ¿Que posición implica en quien especta el hecho de admirar una
situación de vulneración en los derechos básicos? ¿Por qué a los progresistas nos interesa
tanto hacer ver las vejaciones que la hostilidad del mundo permite en algunas personas? ¿Será una forma de denunciar algo que nos conmueve? ¿Un modo de goce secreto que nos resulta inadmisible a simple vista? ¿Será la necesidad de justificar nuestros días en este vagón de cola insoportable que llamamos “vida”? ¿Será qué….?

Salir a escena (2012) es un documental producido por Santiago Korovsky que retrata la vida de dos mujeres internadas en el hospital neuropsiquiátrico Moyano. En él vemos las actividades cotidianas de estas mujeres como pacientes psiquiátricas en un servicio de internación. Por momentos siendo filmadas y por momentos autorretratadas, las protagonistas cuentan su historia. La de hacerse una vida en los intersticios de la decadente trama manicomial encontrando fuerza vital en actividades artísticas tales como la escritura dramática y el
teatro. Sabemos por lo que dicen que fueron desarrollando su inclinación por este tipo de
actividades dentro del hospital una vez internadas.
Vemos talleres de teatro facilitados por dos profesionales que también son las encargadas
de presentar las obras cada vez antes de su estreno. En una toma bastante cómica vemos
una improvisación teatral con un Korovsky haciendo de cura y a una de las chicas en una
especie de crisis de angustia necesitando confesarse. Muy gracioso.
¿Qué ocurre con los cuerpos documentados? Lo que vemos de ellos no es más que la
erosión de la normalidad por los vientos constantes de un encierro prolongado.
Pareciera que constatar la ternura en cuerpos manicomializados nos recuerda que no todo
está perdido, porque aun en aquellos lugares que funcionan como depósitos de lo vital titila
la luz fluorescente de la expresividad y la fuerza vital de la creación artística. Hermoso
paisaje progresista, pero ¿cual es el costo de esta oportunidad? Quizás el que pagan los
cuerpos fetichizados como objeto del zoológico cinematográfico que exhibe sus diferencias,
con las mejores intenciones.
Es un tipo de producción narrativa que identifica en el mismo lugar de siempre a las
personas que participan. Nos queda claro, son personas manicomializadas.
La matriz discursiva del documental termina reforzando el estereotipo del paciente
rehabilitado porque retrata lo que de alguna manera ya sabemos de antemano, los
pacientes están abandonados y aunque se vive mal, las personas conservan su singular
ternura, tienen historias únicas que contar, fueron desplazadas de sus territorios por resultar
incontenibles, etc.
¿A qué se debe esa costumbre de identificar como usuario de salud mental a personas que
participan en actividades diversas antes de comentar cualquier otro rasgo sobre su vida?
¿Por qué esa necesidad de aclararle al mundo que quienes participan del taller son
usuarios de servicios de salud mental?
Me da la sensación que son aclaraciones que fetichizan a las personas lavando la cara
cruel que los dispositivos tienen de manera intrínseca, a partir de usar su herida como un
instrumento de justificación de ciertas prácticas, reforzando así el estatuto de
paciente-padeciente que supuestamente se pretende desarticular.
No obstante el documental es mucho más que lo que estoy recortando en esta lectura para
pensar las dinámicas de representación cultural de las usuarias de servicios de salud
mental. El material de Korovsky está lleno de líneas de politización interesantes que se
inscriben en posiciones de disputa de los imaginarios estancos. Recorto
dos subrayados
desmanicomializadores pronunciados por los protagonistas del audiovisual:

Saliendo de la pizzeria Guerrin después de una función, una de ellas comenta:

"Lo que más me molesta de estos grupos de teatro que hablan de la desmanicomialización,
pero resulta que todo lo que hacemos es en el ámbito del loquero, todo lo hacemos como
para discapacitados. ¿Por qué no podemos hacerlo mezclandonos con la gente?"


En una reunión para decidir el futuro de los monólogos que las dos mujeres presentan
algunas funciones y luego de haberlos elaborado en los talleres dentro del hospital, una de
las talleristas les sugiere:

"Nuestra idea es que ustedes puedan presentarse de la manera más autónoma posible
respecto al hospital, si te presentas con tu nombre y sin mencionar que sos parte del
hospital, mejor."


Ficciones para mutar
Algo que quizás no suceda en División Palermo (2023), donde la naturaleza de la ficción
tiene la capacidad de producir corrimientos de las identificaciones estancas que pesan en la
vida cotidiana. La misma persona que en el documental Salir a escena (2012) participa
como retrato de una paciente psiquiátrica ahora encarna un personaje más en la ficción, ya
no manicomializado.
Durante esta ficción, el andar del cuerpo tipificado como paciente y reforzado en esa
identificación es reconocido en su potencialidad cómica sin recurrir al fetiche del paciente.
Resulta interesante de qué manera la agudeza de la dirección y el guión además de las
destrezas actorales indispensables logran nutrirse de estos rasgos sin hacer un uso
extractivo de la historia personal de quienes participan.
Se puede jugar a ser una cosa y se termina siendo otra. ¿Qué otra? Ya no una persona
enferma mental en proceso de recuperación a través del arte, sino una artista.
Para reconocer la historia manicomial del sujeto en cuestión habrá que mirar antes el
documental de Korovsky y hacer algún esfuerzo de reconocimiento.
La ficción parece tener la capacidad de correr el eje del discurso psiquiátrico hacia una
racionalidad estética que permite formas de subjetivación alternativas.
Así, se postula al campo artístico cultural como un espacio que dialoga con la atención
psicosocial, pero que intenta mantener cierta distancia del discurso terapéutico de la auto
superación, inaugurando racionalidades estéticas independientes de los discursos
patologizantes cargados de imaginarios sociales adversos y fundando modos de
subjetivación independientes de la historia asilar, a diferencia de “locos más o menos
rehabilitados” que practican una especie performance política constante sobre su situación
(de víctimas) en congresos de salud mental y dentro de los hospitales.