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Llorar hasta romperse

Las estéticas del padecer femenino.

· Psicoanalisis,Feminismos

Anónima.

  "Hay que llorar hasta romperse para crear o decir una pequeña canción" escribió Pizarnik en su poema para Janis Joplin.

Es duro ser feminista y ser neurótica al mismo tiempo. En definitiva, aunque suene de mal gusto, existe el padecer femenino. No estoy hablando de biologicismos del cerebro femenino, ni tampoco de la cuestión obvia del malestar social que ejerce el machismo (por ser constantemente un ser humano de segunda categoría, de segundo sexo). Tampoco estoy hablando, y me gustaría dejarlo un poco de lado por hoy, de las relecturas feministas sobre el psicoanálisis, que son fundamentales y es donde me gusta habitar normalmente. Quizás hoy, 8 de marzo, se trate un poco más de las estéticas.

La psicología cognitiva conductual de Bruner hizo una vez una analogía que detesto: que la mente es al cerebro lo que el software es al hardware. Tal vez haya sido por el rechazo que me generó o por su naturaleza de slogan, pero me ha quedado impresa la analogía mente-ordenador en un word mental. Para mi la femenidad le es al sujeto como el el software al hardware; y en esa imagen veo una computadora vieja y lenta, de las primeras de la década del 70. Pero más allá de esto, creo que hay un orden de lo femenino que rige lo psíquico desde un padecer. Es decir, lo femenino, lo segundo, aparece obviamente como una restricción al sujeto, como los límites sociales a la vida de alguien. Pero luego (o antes, es difícil saber) aparece también como una restricción de la propia vida psíquica. Hay algo del -ser- mujer que implica una subjetividad distinta, una tendencia a la melancolía mayor. Repito, es difícil hablar de un padecer femenino sin caer en cosas turbias y feas del falo o de los instintos femeninos y demás, pero este no es un texto clínico ni una reformulación de nada, ni siquiera es una dialéctica honesta con el psicoanálisis. Por eso me permito hablar desde un lugar mal hablado.

Las estéticas del padecer femenino son claras, son conocidas, una mujer que sufre es una mujer familiar, es una mujer sana. Hay un dispositivo social que se construye sobre el sufrimiento de la mujer: lágrimas silenciosas sobre diarios íntimos, pieles rojizas y peladas, suspiros por lo bajo, el dolor en las tetas por amamantar, lo violento de una menstruación, el grito de un parto, el golpe de una pareja, el ardor de la primera penetración, la tristeza de un hombre que se va. Por supuesto (y gracias a dios) que el feminismo vino a replantear el carácter doloroso de la vida de la mujer, sobre todo a quitar la fantasía masculina sobre algunas de estas cuestiones. No hace falta ir muy lejos, basta con leer como un autor masculino describe, si es que lo hace, cualquier experiencia dolorosa de una mujer: en primer lugar, la mujer siempre, bajo toda circunstancia es sensual. Lloraba desgarrada a los pies de la cama, sus lágrimas se deslizaban por su rostro hinchado hasta llegar a su pecho, donde frías mojaban sus pezones. Pareciera que la frase que le sigue es: no pudo evitar masturbarse. Esto no es solamente porque son incapaces de ver a la mujer como algo que no sea un objeto sexual, tambien es así por el morbo inmenso masculino con el padecer femenino. Alcanza solamente con ver porno, donde hay un padecer femenino real (la explotación de la industria) y actuado (la performance de la mujer).

En segundo lugar, pero no aislado del primero, el padecer femenino siempre es bello, siempre es estético. El rimmel corrido, la melena despeinada. Hay algo del sufrimiento de la mujer que al varón le resulta sincero; la mujer en su estado natural.

Pero todo esto ya se sabe, ya se sabe que al mundo le gusta que la mujer sufra. Lo interesante cae es que este dispositivo estético no está alejado de la realidad de la mujer, por eso insisto con que hay algo del padecer femenino que destaca, aún hablando de lo no-social (si es que eso existe). La mujer, aún sola, sufre a través de los ojos de un varón imaginario que la ve sufrir. No puede sufrir para ella. Llora y se ve al espejo. Es esa frase perfecta de Margaret Artwood: Sos una mujer con un hombre adentro mirando a una mujer, sos tu propio vouyeur. La mujer padece y a la vez actúa. El yó de una mujer es mujer, pero su ello y su Superyó son dos varones. De hecho, una mujer psicótica, una mujer loca, es una mujer con un padecer que no es estético.

Mead, otro cognitivista que no me gusta, habla mucho del rol de actor y de la existencia de un otro generalizado que da lugar a esa actuación: dice que uno incorpora un otro generalizado con determinadas características que internaliza para generar su propia actuación, y que la actuación da lugar al sujeto. Es como que un médico, además de ser un médico, es una persona que habla como médico, camina como médico, usa bata y estetoscopio. Una mujer, además de ser mujer, es una persona que sufre.

Yo sé que a día s hoy está muy mal hablar de histeria y que es un término muy machista y feo, feo, feo (y lo agradezco inmensamente) Pero si existiese esa tal histeria, esa tal neurosis obsesiva femenina, no sería más que la presencia de un superyó desmedido masculino operando dentro de una mujer, no sería más que la penitencia y el autocastigo de un varón que la mujer lleva consigo. La histeria, la enfermedad del útero, tendría que ver con una incapacidad masculina de entender que el padecer psíquico femenino se rige por justamente, -ser- mujer, con todo lo que eso implica. Como dijo Deborah Levy "la histeria es el grito que no puede ser articulado".

Quizás para un cognitivista el hecho de ser feminista vendría a poner un fin a ese destino femenino del padecer (quizás para mi psicoanalista tambien). Pero para mi, nada me causa más rechazo que el imperativo de empoderarse. Poner límites románticos, hacerse valer por una misma, decir no, salir a trabajar, salir a marchar, elegir o no elegir la maternidad, militar. ¿Yo? Yo solo quiero llorar hasta romperme.